Por: José García – @jooosege
Reflexión después de una lectura de Camino de Los Ángeles (Anagrama, 2008) de John Fante (1909-1983)
¡Adiós a Nietzsche, a Schopenhauer, a todos vosotros, so tarados, yo soy mucho más grande!
Difícilmente podría ser un bad boy. Me doy cuenta al leer Camino de Los Ángeles y la biografía de John Fante. He tenido la oportunidad de serlo pero siempre pensé en seguir el camino “correcto”.
¡Mírate! Sentado ahí y hablando con un puñado de rameras. ¡Valiente super hombre estás hecho! ¡Sí!
Probablemente soy débil de espíritu o miedoso. En el fondo está ahí el recuerdo del niño caprichoso y adolescente que le teme a la soledad. Hay cientos de aspectos en Caminos de Los Ángeles que son difíciles de ver en una primera lectura. Bandini se conecta conmigo, está en mis memorias y vivencias: me siento comprendido por un personaje ficticio. Los recuerdos vienen y dicen: tú eras así. Antes de todo ahí estaba yo, cómo él, leyendo libros que no entendía, repitiendo palabras sin significado y con furia; la misma que mueve a Bandini a querer ser un gran escritor. No estoy seguro de lo que yo quería ser, sólo quería salir de donde estaba.
Siempre estaba solo. Costaba recordar tanta monotonía.
Y en el fondo estaba también la tristeza de Bandini. Un hombre o un niño de 18 años, entre querer ser y no serlo. Entre dar un paso al entendimiento y dar otro de regreso a la infancia. Una terquedad necia. Una verborrea. Lo entiendo, hacía lo mismo que él. Me veo sentado en una mesa llena de adultos por horas y horas. Mi mente viajando, construyendo historias -malas seguramente-. Imaginaciones sin límite que seguro cansarían a los demás, como a mi me cansaron las de Arturo. A veces me distraía del texto. Era demasiado. Pero entiendo el vacío, la pasión y la soledad del personaje. Me identifico, le hablo. Seguro de sí mismo pero a la vez inseguro, un padrote y a la vez un perdedor. Inteligente y a la vez un papanatas. Insoportable y a la vez cautivador.
Me perdí de mucho, seguro, pero no de Bandini. Lo tengo aquí hoy, en mi pasado y en mi memoria. No cabe duda que un libro necesita muchas lecturas; una jamás sería suficiente para ver toda la profundidad.
Era la soledad, lo que realmente dolía.